BURROS Y CABALLOS
El progreso ha desplazado definitivamente la utilización del burro como elemento auxiliar del hombre en el trabajo, incluso en muchos sectores de las zonas rurales, hasta donde suelen llegarse algunos "vivos" para adquirir mansos jumentos, con el fin de beneficiarlos en mataderos clandestinos y vender su carne como si fuera de res.
En el viejo Maracaibo, los burros cumplían una labor importante, pues en ellos se acarreaban los frutos de la tierra hasta el mercado y se vendían por las calles productos de la más variada especie.
En la calle Zamora, entre Páez y Vargas, existió una famosa burrera, en una casa que había servido de sede al Colegio Bolívar. Su dueño, un tal Arrieta, cobraba una locha como derecho de estacionamiento. Los labriegos dejaban allí sus animales mientras negociaban en La Plazuela todas las cosas que traían de sus hatos, en tanto Arrieta los desensillaba y mediante un modesto pago extra los bañaba y después los alimentaba con maíz y paja.
También fue famosa en Maracaibo la burrera de San Felipe, situada al lado del templo, pero esta estaba destinada a los arreos de burros y a las carreras de bueyes.
En cuanto a los caballos, su uso siempre fue tradicional entre los médicos, como el caballo blanco del doctor D'Empaire y el caballo zaino del doctor Quintero. Sin embargo, su popularidad se hizo mayor cuando comenzaron a circular los coches, que por lo general se estacionaban en la Plaza Baralt. Los había de lujo, con dos asientos para cuatro personas, y se llamaban "victorias" y "lechuzas", y los rápidos "quitrines" con un solo puesto y un caballo.
Finalmente llegó el día en que estos mansos compañeros del hombre tuvieron que hacer mutis, al ser invadidas nuestras calles por los primeros rugientes automóviles de la casa Ford, que trepidaban al prenderlos por la manigueta...
El progreso ha desplazado definitivamente la utilización del burro como elemento auxiliar del hombre en el trabajo, incluso en muchos sectores de las zonas rurales, hasta donde suelen llegarse algunos "vivos" para adquirir mansos jumentos, con el fin de beneficiarlos en mataderos clandestinos y vender su carne como si fuera de res.
En el viejo Maracaibo, los burros cumplían una labor importante, pues en ellos se acarreaban los frutos de la tierra hasta el mercado y se vendían por las calles productos de la más variada especie.
En la calle Zamora, entre Páez y Vargas, existió una famosa burrera, en una casa que había servido de sede al Colegio Bolívar. Su dueño, un tal Arrieta, cobraba una locha como derecho de estacionamiento. Los labriegos dejaban allí sus animales mientras negociaban en La Plazuela todas las cosas que traían de sus hatos, en tanto Arrieta los desensillaba y mediante un modesto pago extra los bañaba y después los alimentaba con maíz y paja.
También fue famosa en Maracaibo la burrera de San Felipe, situada al lado del templo, pero esta estaba destinada a los arreos de burros y a las carreras de bueyes.
En cuanto a los caballos, su uso siempre fue tradicional entre los médicos, como el caballo blanco del doctor D'Empaire y el caballo zaino del doctor Quintero. Sin embargo, su popularidad se hizo mayor cuando comenzaron a circular los coches, que por lo general se estacionaban en la Plaza Baralt. Los había de lujo, con dos asientos para cuatro personas, y se llamaban "victorias" y "lechuzas", y los rápidos "quitrines" con un solo puesto y un caballo.
Finalmente llegó el día en que estos mansos compañeros del hombre tuvieron que hacer mutis, al ser invadidas nuestras calles por los primeros rugientes automóviles de la casa Ford, que trepidaban al prenderlos por la manigueta...
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